HOLA A TODOS
ESTA SEMANA TRAIGO LA CUARTA ENTREGA DE LA GRIETA. RECORDAD QUE SON SEIS.
ESPERO QUE OS GUSTE.
Como pudimos, nos agolpamos para ver, como en una pantalla de cine, el segmento de pared iluminado por la linterna. Varias exclamaciones de asombro, incredulidad, de asco, salieron ahogadas de sendas gargantas.
Allí colgando, saliendo de la pared como si alguien de espíritu macabro la hubiera plantado allí como una florecilla, estaba una mano humana. El esqueleto de una mano humana. Una araña con gran sentido de la oportunidad había tejido su telaraña entre los dedos, en una dualidad muerte-vida de esas que abundan tanto en la naturaleza.
- ¿Cómo es posible que… eso… esté ahí? –inquirió Elise, como si la respuesta no fuera obvia.
- Yo diría que trabajamos sobre lo que en su tiempo fue un cementerio –argüí-. No se trata de ningún misterio. A nadie se le ocurriría enterrar a una persona en una pared a la altura de la cabeza. Menudo trabajo. Y que yo sepa, las tribus indias no enterraban a sus muertos.
- ¿Acaso estamos en el museo de Ciencias Naturales? Estamos buscando una salida ¿no? Sigamos adelante, pues. Cuando estemos en la calle, ya especularemos sobre Antropología o lo que sea –espetó Shanice, tan espartana como de costumbre.
El hedor a podredumbre pareció intensificarse a medida que íbamos avanzando. Yo había perdido la noción del tiempo. Igual podíamos haber caminado media hora, que tres horas. Eché la vista atrás. Mis ojos se habían acostumbrado al tenue resplandor de la linterna, las paredes y el techo del túnel se aparecían nítidas ante mí, así como los rostros más cercanos. El señor Mills, detrás de mí, se veía demacrado y sucio. En su rostro se reflejaba una expresión miserable, abatida. Me dio un poco de pena.
- No se preocupe, jefe. Pronto saldremos de aquí.
- Gracias, Wolcott. Le agradezco la intención. No es que sirva de mucho, pero se los agradezco igualm…
Un nuevo temblor sacudió violentamente todo. Del techo empezaron a desprenderse polvo y fragmentos de roca y tierra. La sacudida nos hizo caer al suelo despatarrados. El ruido fue tan aterrador como si estuviéramos dentro de la túrmix. La luz se apagó. Sólo fueron diez segundos. Diez eternos segundos.
La luz de la linterna volvió a encenderse. Del techo seguían cayendo arena, cascotes y polvo, como si estuviera lloviendo a cántaros… bajo tierra.
- ¿Estáis todos bien? –pregunté.
- Los que vamos delante sí –contestó Shanice-. Ellos no.
Magullados, nos volvimos hacia donde el dedo de Shanice apuntaba. A nuestras espaldas, el pasadizo se había derrumbado, sepultando a los que iban cerrando la comitiva. Se me hizo un nudo en el estómago de tal magnitud que creí que iba a vomitar allí mismo hasta la primera papilla que me dieron.
Del montón de rocas y tierra, sobresalían una mano llena de barro, una pierna con un zapato de tacón y la parte superior de una cabeza. Inmóviles, claro está.
- Podemos intentar desenterrarlos. Entre todos…
- No creo que valga la pena el esfuerzo. Yo diría que están bien muertos.
- Yo diría algo más –añadió Shanice-. No podemos volver atrás. Y no sabemos adónde nos conduce este túnel. Puede que estemos sepultados vivos.