Érase
una vez… Así comienzan los cuentos de hadas, historias con finales felices, no como
la que hoy os voy a contar. Esta no acaba con un banquete, ni con un romántico
baile.
Todo comenzó a principios de verano del
2013. En realidad, ya había comenzado antes, mucho antes, con horas y horas de
trabajo y de ilusión. En el mes de julio del año pasado recibí un correo
electrónico en el que me decían que Molobo
iba a ser publicada. Yo busqué la cámara oculta pero no la había (¿o sí?). El
sueño hecho realidad. Eso parecía según iban transcurriendo semanas y meses. La
editorial, entonces Iniciativa Mercurio, parecía pequeña pero muy implicada con
sus autores. La comunicación fluía y los
proyectos iban saliendo.
Y entonces llegó el cambio. Debido a
tensiones internas (y a otros motivos ocultos que nunca sabremos), I. Mercurio
se transformó en Libralia, que se hizo cargo de las obras y autores de la
desaparecida. Y con ellos se acabó la felicidad. Comenzaron a no contestar al
teléfono, ni los correos electrónicos, ni los mensajes a través de facebook. Desaparecidos,
o casi. Llegó la hora de liquidar royalties y nadie se hacía cargo de la
situación, seguían publicando obras pero se hacían los locos. Los autores no
hemos percibido, al cabo ni un céntimo por nuestras obras.
Hace unos días, lo que sí hemos recibido ha
sido un comunicado frío e impersonal, en el que se nos comunica que Libralia va
a declararse en concurso de acreedores (paso previo a la quiebra, para quien no
lo sepa), lo que implica no solo que nos vamos a quedar sin cobrar nuestros
derechos, sino que deberemos esperar hasta que la situación se asiente de forma
oficial para disponer de los derechos sobre las mismas. Además, nuestras obras
quedarán tiradas como un trapo sucio, novelas ya publicadas que no han tenido
ni la atención ni la oportunidad que merecían. Al más puro estilo “banco
español”: desahuciado y sin dinero, aparcado en la cuneta de los indeseables.
De este modo, el público se perderá
magníficas novelas como Dellamorte,
de Antonio Sachs, El hombre que se vengó
de sí mismo, de Emerson Walkman, Nueve
milímetros de Agustían García Meana, o El
espejo de Ares, de Magnus Dagon, cuya reseña colgué en este blog hace unos
meses. No podréis disfrutar de antologías de la calidad de El erradicador de pecados y otras historias, de Ana Morán Infiesta,
o Atávico, de Luis González Moreiro. Eso
por nombrar unos pocos, los más allegados.
¿Qué nos queda para el futuro? Levantar la
barbilla, con la cara bien alta. Apaleados sí, cornudos no. La esperanza de
encontrar gente seria cuyo objetivo sea trabajar y prosperar en el difícil
mundo literario y no una pandilla de cantamañanas que no saben lo que tienen
entre manos. Mirar hacia adelante, seguir trabajando, nuestro momento llegará.
¡Ánimo, compañeros! El talento lo poseemos
nosotros, no ellos.